¿Por qué el conocimiento es poder?

En 1655, el filósofo inglés Thomas Hobbes utilizó la frase: el conocimiento es poder. Desde ese momento y hasta nuestros días, se ha asumido que aprender y conocer sobre uno o varios temas, nos ofrece poder. Desde mi óptica, este dominio implica que en la medida en la que conozco sobre un tema, tendré las herramientas para enfrentarme mejor a una situación, que si por el contrario, la enfrentara sin ningún tipo de información.

A medida que vamos madurando observamos costumbres y conductas y he podido percatarme de que suele haber distintos tipos de reacciones: la de quien entiende que las nuevas formas no son buenas y que las de tiempos anteriores fueron mejores; la de quien no se cuestiona y simplemente fluye; y la de quien busca actuar uniendo los nuevos conocimientos con lo que en el pasado observó, escuchó o vivió. Esta última postura es la que de manera personal intento abordar en el día a día pues con frecuencia observo que se “sataniza” lo nuevo y las actualizaciones que pueda haber en los distintos ámbitos de la vida, solo porque “antes las cosas no eran así” o ” todo ha salido bien haciéndose como hasta ahora se hizo”.

Tengo la idea de que las premisas, metodologías e ideas que han forjado nuestras vidas y el accionar de los seres humanos deben ser siempre estudiadas y cada quien puede ajustarlas a sus posibilidades, vida y entorno; en buen dominicano se diría que en todo hay que ” tomar y dejar” pues no es saludable solo hacer lo más novedoso o lo que está de moda por el simple hecho de ser popular, como tampoco entiendo conveniente mantener prácticas que se ha evidenciado, gracias a la dedicación de grandes mentes, que son incorrectas o que, a largo plazo, pueden acarrear consecuencias negativas.

El conocimiento será poder, en la medida en la que sea utilizado para el bienestar propio y del prójimo, entendiendo que aprender nuevas prácticas, eficientizar procesos, instruirse y conocer sobre distintos tópicos, podrá ayudarnos a conducirnos de manera más asertiva y nos permitirá establecer nuevas conexiones neuronales.

Gratitud

Al llegar el ocaso de un año con frecuencia reflexionamos y miramos en retrospectiva. Cada año puede traer consigo sorpresas, ilusiones, bendiciones, retos e inevitablemente, dificultades.

Este 2021 que termina, siendo el segundo año en el que ha sido necesario ponernos nuevos lentes y ver la vida desde otra manera, confieso que he crecido. Agradezco a Dios todas las oportunidades, bendiciones, retos y decisiones que fue necesario tomar.

Este año he podido afianzar que un corazón en paz y agradecido atrae todo lo perfecto que está en el plan de Dios. Que este año termine significa que por 365 días tuve el privilegio de despertar, contemplar y disfrutar las maravillas de la creación. Significa que cada evento acontecido pudo servirme de aprendizaje y que puedo poner en práctica todo esto, cada día que me sea concedido.

La palabra gratitud implica que veo de manera positiva lo que puede acontecer y agradezco que las cosas sucedan como suceden pues es lo que más conviene.

De manera personal agradezco a Dios por la salud a lo largo de este año, por mi familia y su estabilidad. Doy gracias por el privilegio de llevar una vida dentro de mí, agradezco su existencia y todo lo bueno que traerá. Agradezco cada reto que pude enfrentar este año, cada aprendizaje y sé que un corazón agradecido ve la voluntad de Dios en todo.

Termina un año y empieza otro en el que con fe y agradecimiento, seremos testigos de cómo el Padre obra en nuestra vida y nos concede todo cuanto necesitemos. Finalizo con la siguiente frase: “Cuando empecé a contar mis bendiciones, mi vida cambió”.— Willie Nelson

La insoportable necedad de ser

En los últimos tiempos he podido observar cierta necesidad en el ser humano de querer a toda costa “ser”. Por “ser” me refiero a ser importante y por lo tanto, reconocido. Esta conducta llama poderosamente mi atención pues, a decir verdad, de manera personal, poco me interesa en la vida ser importante. Valoro más el ser útil… el ser necesario.

A mi modo de ver, esta necesidad puede tener la bases en la práctica usual, que suele instaurarse desde la infancia, en la insistencia por competir. Esto viene en el sistema de algunas personas y su entorno se encarga de reforzarlo, por ejemplo: ¿quién ganó, tu equipo o el de Juan? ¿obtuviste la nota más alta?¡vamos, vamos que si no nos apuramos, tu hermano te va a ganar! Con estos ejemplos no quisiera del todo “satanizar” la competencia pues reconozco que en determinados contextos y momentos, es necesaria pero educar en la competencia, en mi opinión, puede llegar a ser perjudicial.

A raíz de la cultura de la competencia, el “ser” se vuelve cada vez más relevante ya que, ¿cómo demuestro que soy bueno y por lo tanto me reconocen como tal, si no se evidencia que soy superior y reconocido? En la actualidad se asocia el éxito y la abundancia, por el reconocimiento social que se tenga, olvidando así que ni el Rey de reyes buscó jamás reconocimiento alguno. Demostrando que para ser grandes, es necesario ser pequeños.

En este fin de semana pude leer la carta que publicó el periódico “El País” en la que una madre expone que su hija aspira a ser segundo violín. No le interesa ser la primera ni la mejor, quiere y le produce felicidad ser segundo violín. Dicha lectura me maravilló. Concuerdo en cuanto a que todos los roles de la vida son importantes y no es necesario (ni saludable) querer ser siempre el mejor y el primero en todo pues a lo que realmente debemos aspirar en la vida es a ser felices, no a perseguir un desgastante y con frecuencia inútil reconocimiento.

Para Molière, “la serena razón huye de todo extremismo y anhela la prudencia moderada”. Si en la vida diaria, cada quien se ocupa de llevar a cabo su rol, sin competir, esforzándose solo por hacer mejor las cosas cada vez, sin buscar fama o reconocimiento, cada labor que se desarrolle, podrá hacerse sin que se presente la insoportable necedad de “hacer” para entonces “ser”.

Carla Sofía Cruz Sánchez

Dar consejos e instrucciones no solicitados

Llama poderosamente mi atención la costumbre de muchas personas que, aunque bien intencionadas, buscan constantemente dar instrucciones, comentar y decirle a los demás qué y cómo deben “resolver” o simplemente llevar a cabo determinada acción. Es como si tuvieran más claro que el propio protagonista lo que hay que hacer.

A raíz de que observo esto con mayor frecuencia de la que me gustaría, me surge la casi necesidad de escribir estas líneas.

De manera inicial es importante resaltar que una cosa es que se le pida un consejo (aquí, evidentemente, se apreciará su opinión) y otra muy distinta, es que en una conversación banal, al realizar un comentario, la otra persona asuma que se hace referencia a determinado hecho para que ésta aplique su sabiduría e infalible solución al caso porque: ¿quién ha dicho que ese comentario se ha hecho para que usted ofrezca una alternativa? ¿por qué asume que el otro no sabe cómo intervenir? y lo más grande: ¿sabe usted si esa persona quiere actuar? ¿por qué hay que asumir que siempre es necesario tomar acción, cuando no tomarla ya es hacer algo? y finalmente ¿sabe usted que en una conversación, es frecuente que el otro simplemente quiera ser escuchado?

Todo esto en el entendido de que al ofrecer un consejo o emitir una opinión no solicitada, mi comentario será congruente con mi cosmovisión, que no necesariamente es la de la otra persona, lo cual puede generar conflictos, enemistades y animadversiones.

El ser humano, de forma evolutiva, ha rechazado el control que los demás quieren ejercer sobre ellos. Aconsejar, dar una opinión y resolverle la vida al otro, es una manera de controlar: no quisiera que te pase lo que a mi; quiero que lo hagas así porque se ha visto que es la forma “correcta” o lo que siempre se hace o: no quiero que te equivoques; pero lo que el aconsejado escucha o puede llegar a interpretar es: quieres decirme lo que TÚ quieres que YO haga porque es más importante que lo que YO realmente quiero hacer.

Ir por la vida en paz, relacionándonos con los demás de forma armoniosa siempre será valorado porque si el otro no le ha pedido opinión ni consejo, sea prudente, escuche y si las ganas de resolverle la vida al otro pueden más que usted, intente preguntar para que luego no le tomen mala voluntad pues, aunque cuente usted con buenas intenciones, nadie quiere que le vaya resolviendo la vida quien con frecuencia, no tiene idea de cómo llevar la suya.

Carla Sofía Cruz Sánchez

El arte de saber retirarse a tiempo

Transcurrida una vida desarrollando determinada función laboral, el cuerpo, la mente y la vida misma, empiezan a pedir una pausa. Conozco a muchas personas que han acudido al llamado del esperado “retiro” y gozan a plenitud de aquellas cosas que el ajetreo diario, no les permitía disfrutar.

De manera personal puedo decir que admiro a quienes con valentía y conscientes de que todo ser humano merece un descanso, saben cuándo ha llegado la ocasión de retirarse y lo hacen a tiempo. Psicóloga al fin y amante de la observación, he podido percatarme de que estas personas poseen características que les hacen posible reconocer que ese momento ha llegado. A continuación las cito:

  1. Suelen ser personas que han trabajado muy duro y que con esfuerzo, han obtenido lo poco o mucho que tengan.
  2. Comprenden la importancia del ahora: lo único que tenemos.
  3. Han llenado su vida de más actividades y saben que “no todo es trabajar”.
  4. Han vivido y /o quemado cada etapa de la vida y no sienten que tienen “cosas pendientes”.
  5. Ejercen y disfrutan lo que para los italianos es “dolce far niente” (la dulzura de no hacer nada)
  6. Son ejemplos del “todo en la vida tiene su tiempo”.
  7. Valoran el ocio.

Seguramente hay muchísimas más características, yo he citado estas siete pero sé que solo con estas, vamos comprendiendo el punto al que me refiero.

Al abordar este tema busco crear conciencia en los jóvenes de modo que puedan reflexionar y, si les interesa, vayan forjando la vida que realmente quieren tener y a la vez, tratar de enfocarse en vivir cada etapa de la vida con lo que trae; sabiendo que nada es para siempre y que mientras más se aproveche el presente (con sus dulces y sus amargos), mejor futuro podrá tenerse pues, no hay mejor predictor del futuro que el presente.

De igual manera, escribo estas líneas con el interés de que aquellos que se encuentran en una etapa más avanzada de la vida, puedan reflejarse en lo que escribo y se pregunten: ¿haré hasta mis últimos días (porque me gusta y lo disfruto) esta labor? o ¿pienso hacerlo porque no tengo nada más en la vida con lo que llenar mi existencia de satisfacción, sosiego y que me “complete”?

Es evidente que estas ideas deben darse en el marco de la realidad de cada quien pues, si jubilarse implica no tener con qué sostenerse cada día, lamentablemente no será una opción y esto hace que me pregunte: ¿piensan los jóvenes en ahorrar y tener la posibilidad de una jubilación el día de mañana? o ¿solo piensan en lo que pueden hacer y disfrutar hoy, como si el mañana no fuera nunca a llegar? ¿poseen diversos intereses, cultivan buenos hábitos, tienen hobbies y actividades de esparcimiento o entienden que lo único y más importante es trabajar y generar ingresos?

Me parece que estos puntos podrían ser importantes para todos y nos pueden ayudar a encaminarnos a crear, con las acciones de cada día, el futuro que quisiéramos tener para que llegada la hora del retiro, sepamos hacerlo a tiempo.

Carla Sofía Cruz Sánchez