Si hay algo seguro en la vida es que todo, siempre, puede y seguramente, cambiará. Asumir esta realidad podría llegar a ser complejo para muchos pues, biológicamente, estamos predispuestos a resistirnos al cambio.
El cerebro es uno de los órganos que más energías consume. Esto se produce haciendo lo que estemos habituados a hacer cada día. Si por el contrario, el cerebro se enfrenta a la tarea de llevar a cabo determinada acción de una forma diferente, nuestra primera reacción es la resistencia. La explicación a dicho fenómeno se debe a que, para realizar cualquier tarea de forma distinta, el gasto energético que implica es mayúsculo, de manera que buscamos mantenernos en nuestra “zona de confort” y por tanto, de forma natural nos resistimos a dicho cambio.
Una posible idea que tenemos frente al cambio es que esta palabra tiene una connotación negativa: no queremos variar el plato en un restaurante ” por si resulta picante”; nos resistimos a usar una vía alternativa por si “encontramos un atasco”; trabajamos abordando los temas de la misma forma porque ” siempre se ha hecho así”, con lo cual pudiéramos perder la belleza de encontrar nuevas formas, de establecer nuevas conexiones neuronales y de empezar a habituarnos a que las circunstancias siempre, pueden cambiar.
Si reflexionamos y vemos el transcurso de nuestra vida, la misma se encuentra repleta de cambios, que pudieron haber sido más o menos traumáticos, en la medida en la que no nos hemos resistido a lo inevitable. Cuando por ejemplo “fluyo” ante la realidad de que actualmente nos encontramos en una pandemia y que por lo tanto, por nuestra salud, hay costumbres y acciones que deben cambiar, pues en este momento no es prudente realizarlas, me encamino hacia la aceptación de que lo único constante es el cambio y que así como hoy no debo llevar a cabo ciertas cosas, llegará un momento en el que sí podré.
Solo el hecho de pensar en “cambiar” puede generar incertidumbre, sin embargo, ¿de qué vale la vida si no me arriesgo e intento nuevas formas? ¿qué podré enseñarle a mis hijos, nietos, amigos y familiares, si solo busco lo mismo todo el tiempo? ¿cómo modifico mi cerebro para que pueda adaptarse a las eventualidades si me cuesta la flexibilidad?
Asumir los cambios y “fluir” no ocurre de la noche a la mañana, los cambios requieren tiempo, paciencia y práctica deliberada que, como aprendí hace poco, es lo que realmente “hace al maestro”.
Busquemos ver este tiempo de inevitable cambio, como una oportunidad para crecer, aprender a disfrutar de otras cosas, hechas de otra manera e intentemos asimilar que resistirnos al cambio, solo generará infelicidad, insatisfacción y aplicado al panorama mundial: inseguridad.